domingo, 18 de abril de 2021

Si Clarín le suelta la mano es porque algo está por suceder (PARTE II)

 

Alberto Fernández, un presidente que con cada decisión degrada su autoridad - Por Eduardo van der Kooy

Presionado por Cristina Kirchner y Axel Kicillof, en seis días hizo dos cadenas nacionales para cambiar planes por el Covid. No tuvo eco en los gobernadores. Debilitó a ministros propios. Y profundizó el conflicto educativo con la Ciudad.

El presidente Alberto Fernández se ha introducido, e introdujo a la Argentina, en un laberinto cuya única referencia es la entrada. No existe hoja de ruta que sirva para transitar. Mucho menos certeza sobre la salida. Asumió esa aventura en medio de una situación crítica por la pandemia de coronavirus. Ocupándose de dinamitar puentes de posible convivencia en el sistema político.

La decisión de endurecer la cuarentena, sobre todo en el AMBA, y de cancelar clases presenciales en escuelas, con el voleo de cifras y razones del contagio, pone en tela de juicio político varias cosas. Una de ellas sería la autoridad presidencial. Alberto utilizó dos veces en seis días la cadena nacional para dar una vuelta de campana en la estrategia de combate al Covid. ¿Qué garantiza que esas semanas aminoren los contagios? ¿Si eso no ocurre, que hará? Misterio. Uno de sus fundamentos fue que los gobernadores habían desoído sus primeros consejos. No aludió sólo a los opositores: incluyó a los peronistas que soñaron vanamente con ser socios de su administración.

El endurecimiento respecto de las clases y los horarios para la circulación tampoco modificaron por ahora ese panorama. Por lo menos quince provincias, incluidas las peronistas grandes de Córdoba y Santa Fe, decidieron seguir con el programa anterior. Su palabra ha perdido peso. Mala señal.

Por otro andarivel, dentro del mismo contexto, se inscribe la relación con la sociedad. El Presidente supone que la firmeza y el personalismo podría devolverle en esta segunda ola, tal vez, la centralidad que le brindó en 2020 el arranque de la emergencia sanitaria. Aquel privilegio lo consiguió en base a un consenso público con Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de la Ciudad, y Axel Kicillof, el gobernador de Buenos Aires. Novedad que resultó efímera. La sociedad conoce el destino de los personalismos.

Ese fenómeno convendría ser desmenuzado. Alberto nunca fue un caudillo. Por eso sus sobreactuaciones se notan más. Exaltó las nuevas medidas como propias. Echó mano a las fuerzas de seguridad y las Fuerzas Armadas para hacerlas cumplir. Sin haber realizado consultas con ningún gobernador. Tanto énfasis podría estar trasuntando, a lo mejor, otra cosa. La sombra implacable de Cristina Fernández. Los correos enviados por ella a través de su tropa más leal: Kicillof, Sergio Berni, ministro de Seguridad, Daniel Gollán, de Salud, y Nicolás Kreplak, su segundo.

Esa amenaza, que recorre comentarios en la escena pública y privada, explica la permanente auto referencia de Alberto en la comunicación de las medidas. Hasta se ufanó de haber cerrado los shoppings. El esfuerzo, sin embargo, habría terminado por no conformar a nadie. Ni a la clase política, ni a la sociedad ni a la vicepresidenta. Buenos Aires tenía un plan más drástico. Otra cuarentena estricta (encierro) por dos a tres semanas. “La cuarentena es eso. De lo contrario no sirve”, repitió Berni después de oír al Presidente.

Nadie conoce sobre qué datos científicos y previsiones se basó el Presidente para cambiar las reglas de juego en seis días. Hay una pista: el crecimiento de los contagios en el Conurbano que podría colapsar al sistema sanitario y político. Inconcebible para Cristina, que atesora su poder y su proyecto futuro con las caras de Kicillof, Máximo Kirchner y La Cámpora. La Ciudad también registra disparada de los casos. Según las anteojeras del gobernador serían foco de todas las desgracias. Pero la suerte de los porteños le interesa poco a la doctora. Alberto aprovechó ese vacío para adjudicarse la defensa de la salud de todos ellos.

El Gobierno viene con un diagnóstico equivocado, o sin él, desde el año pasado. Se cebó con la panacea de los primeros meses que le permitió evitar –mérito indiscutido—el colapso del sistema de salud. Fueron 90 días. No supo abandonar esa lógica hasta que la sociedad se saturó y perdió el miedo. En agosto y septiembre, aún antes del primer pico de contagios, Alberto convalidó que la cuarentena no existía. Primera escala en su pérdida de confianza, autoridad y popularidad.

Y dónde están las vacunas 

A la falta de diagnóstico se sumaron carencias de gestión. La ausencia de testeos para hacer la trazabilidad de los contagios. La pobre praxis para meterse en la puja por las vacunas en el mundo. Hay que apuntar otra conclusión dolorosa: la pobre praxis es un factor; la desconsideración internacional hacia la Argentina, desde hace décadas, también determina. El país quedó dependiendo de la dosis de la Sputnik V, de Rusia, y Sinopharm, de China. La diplomacia sanitaria de esas naciones poderosas resultó inteligente en América latina. El acuerdo con AstraZeneca, productora de la vacuna de Oxford, está plagado de dificultades.

Para socializar políticamente tal fracaso, el Presidente instó a los gobernadores y oposición a que también gestionaran vacunas. Antes había bloqueado esa posibilidad. Un mandatario de una provincia del Norte, antes de la autorización, realizó sondeos sin suerte. Incluso con Beijing. Desde donde recibió un mensaje aterrador. El gigante asiático duda poder cumplir en tiempo con los contratos rubricados con el Gobierno.

El giro presidencial estuvo antecedido de desencuentros que denotan la alarmante impericia del Gobierno. Más allá de sus facciones internas. Carla Vizzotti, la ministra de Salud habló el mismo día de las nuevas medidas sobre que no habría medidas. Nicolás Trotta, el ministro de Educación, convino con sus pares provinciales que las clases presenciales serían resguardadas. Gollán aseguró que había que “cruzar los dedos” para que las vacunas lleguen. Muestra acabada de improvisación. Casi de desgobierno.

También la reiteración de una anomalía en el sistema político argentino. Como le sucedió en menor escala a Cambiemos, el Frente de Todos resultó una gran herramienta electoral. Pero su variedad ideológica dificulta mucho la administración. Sobre todo, porque el liderazgo interno está invertido. Cristina influye más que Alberto.

Quizás el Presidente no advirtió que haber dejado tan a la intemperie a Vizzotti y Trotta puede significar un tiro a los pies de su propio Gobierno. El ministro de Educación puso la renuncia a disposición. Ninguno de los dos, pese al desgaste, estaría en condiciones de partir. Sus lugares son ambicionados hace rato por Cristina y La Cámpora. Aquellos ministros no lo dicen pero apuntan a un culpable: Santiago Cafiero, el jefe de Gabinete, que coordinó las últimas medidas.

Otro que está en dificultades es Martín Guzmán. Anduvo de gira en Estados Unidos. Mantuvo conversaciones con la titular del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva. Logró en el Vaticano una foto con Francisco, el papa. Pero sus planes naufragan. Las nuevas limitaciones por el coronavirus no sólo impactarán en el rebote económico. Hizo volar por el aire el Presupuesto con las ayudas que promete el Gobierno para amortiguar a los sectores humildes, la gastronomía y el comercio del efecto de las semanas cercenadas.

Abril puede constituir una prueba de fuego para él: el 4.8% de inflación en marzo cayó como una bomba en el oficialismo. Revés duro de las políticas de controles estatales. El ministro asegura que tiene todo calculado. El alza de precios bajaría sustancialmente a partir del segundo trimestre. Aunque sabe que no podrá cumplir con el 29% anual. Habrá que estar atento al desenlace del capítulo.

A medida que se aproxima el peor momento del coronavirus vuelve a aflorar la ilógica argentina. El clima político tiende a enrarecerse, a fragmentarse más de lo habitual. Los dirigentes parecen marcianos debatiendo el calendario electoral. O pugnando por nimiedades partidarias, como Máximo Kirchner detrás del control del PJ bonaerense. Pese a todo, el Presidente no relega la simulación del diálogo. Es lo único que le queda del personaje original. Se sabía que su encuentro con Rodríguez Larreta no podía superar la formalidad. Simplemente porque Alberto carece de margen político interno para variar de rumbo.

A qué juega Cristina 

Cristina actúa de gendarme. Aprovecha el disloque general para ir acomodando piezas que le importan. Por lo pronto, la Cámara de Casación la sobreseyó, junto a Kicillof, en la causa del dólar a futuro. El Tribunal Oral Federal 5 devolvió a su familia el control de hoteles y propiedades. Sospechados de ser instrumento de una operación de lavado de dinero. La decisión fue avalada por los jueces Daniel Obligado -que mantiene la prisión domiciliaria a Amado Boudou- y Adrián Grunberg.

También consiguió que la Sala III de la Cámara Federal autorice el cruce de llamados de ex asesores de Mauricio Macri. Para verificar supuestas presiones sobre magistrados que intervinieron en causas de corrupción contra Cristina. El Tribunal ni consideró los recursos presentados por Fabián Rodríguez Simón y José Torello. Pese a que los jueces Eduardo Riggi y Juan Carlos Gemignani habían solicitado la documentación. El primero ha sido apuntado por el diputado ultra K, Roberto Tailhade. El segundo fue denunciado por Diego Molea, el titular del Consejo de la Magistratura.

La onda expansiva de época avanza. El Tribunal Oral Federal 1 concedió la libertad condicional al ex secretario de Obras Públicas de la década K, José López. El de los bolsos con millones que arrojó en un convento. Símbolo de una horrenda corrupción.

La decisión derramó una desagradable sensación de impunidad, pese a que cumplió los dos tercios de su condena de 7 años y medio. No es el único privilegiado. Desde que asumió Alberto, 20 ex funcionarios, sindicalistas y empresarios salieron de la cárcel. Con prontuarios bajo el brazo.

Eduardo van der Kooy

Clarín vía Notiar

 

3 comentarios:

  1. Yo no sé si algo va a pasar, porque si fuera así ya hubiera sucedido. En cualquier país normal, con un poco de sentido común, este tipo (y su vice) no durarían mucho. Lo que pasa es que ya está demostrado (hasta un bobo se da cuenta) que son unos ineptos, improvisados absolutos!

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  2. Quiere subir la yegua , ya no aguanta más

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  3. POR FAVOR: Al helicóptero se suben LOS DOS!!

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