¡¡¡Yyy.... algo de razón tieneeee...!!!

Por Jorge Rial

¿Y los otros Castro?

¿Dónde estaban? ¿Para qué lado miraban? ¿Dónde tenían puesto su corazón? ¿No lo escuchaban? ¿No lo querían oír? ¿No querían matar la gallina de los huevos de oro? ¿Por qué ahora? Estas preguntas sólo las pueden responder los hermanos, el padre de Juan Castro y quien presionó y se hizo responsable por la salida del conductor de la Clínica. Más preocupados por su honor que por la verdad de la muerte del periodista, sus familiares se pusieron a buscar la responsabilidad afuera, muy lejos de ellos.

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Primero encontraron la excusa perfecta en los famosos mails de Juan difundidos por Paparazzi, Intrusos y otros medios. Ofendidos, enojados, histéricos, pusieron lo mejor y peor de ellos en intentar sacarles plata a los periodistas para cubrir la cuota de honor que, en vida, seguramente cubriría el animador de televisión. Ni siquiera se pararon a leer, por un segundo, ese grito desesperado en forma de correo electrónico que enviaba su hermano en la búsqueda de alguien que lo quisiera, que lo ayudara, que le pusiera fin a ese infierno que lo acosaba día a día.

Pero ninguna de esas señales de auxilio fue contestada como se debía por sus familiares. Prefirieron usar a un grupo de periodistas y artistas, ignorantes con influencias, para iniciar una feroz campaña mediática sobre las únicas personas que se acercaban a la verdad sobre la muerte de Juan. Hoy da lástima recorrer las solicitadas firmadas por algunos dudosos próceres periodísticos que se reunían en aquel momento en un sello llamado Periodistas y que amontonaba lo peor de esta profesión. Ex colaboradores de diversas dictaduras, otros con las manos manchadas de sangre y la mayoría simplemente imbéciles con carnet y adoradores del sobre.

Ni hablar de algunos artistas de la nada como Julieta Ortega, en cuya casa se gestó esa cobarde cadena de mails escrita con la mediocre pluma de Romina Manguel, hoy repartiendo frivolidades sin sentido en Radio del Plata. Pero lo más grave fue que ese periodismo señalado como amarillo, carroñero o basura fue el único que se atrevió a aportar datos que hoy la justicia usó para terminar en este procesamiento. Aquel famoso fax que su terapeuta envió a la clínica para que lo internaran mientras él veraneaba tranquilo. Las fotos donde se veía el descontrol que se vivía alrededor de alguien que necesitaba paz. Esos medios, nefastos para los demás, fueron los únicos que hablaron de las responsabilidades de los médicos en darle el alta cuando el cuadro de salud del periodista era desesperante.

¿O se olvidan de esa fantochada con forma de conferencia de prensa el día que Juan abandonaba su internación en el Otamendi mientras los médicos no se hacían responsables de esa locura? ¿Quién obligo a Castro a firmar su certificado de defunción por adelantado? ¿Por qué no intervino allí su familia, con la rigurosidad judicial que hoy exhibe a la hora de perseguir periodistas?

Sin embargo, lo peor del periodismo fue quien resistió los embates y continuó señalando a los productores que, por la avidez de seguir manteniendo al aire un éxito, no dudaron en apurar a los médicos y al propio Juan para que se hiciera cargo de su situación. Pero eran más importartes los mails, las intimidades de alguien que pedía a gritos ayuda y que sus familiares más directos ni siquiera escuchaban. Ya están procesados los médicos, y está bien. Y están complicados los terapeutas que le hacían pintar la cara y hasta compartían ciertas debilidades de Juan como parte de su supuesta cura.

También la justicia le impuso una multa a Luis Ventura, el único que levantó la voz con la verdad, aunque muchos quisieran escuchar lo que le convenía. Pero la justicia no tiene que frenar aquí. Ahora hay que saber qué productor estaba con Juan el día que no se podía ir y se fue para seguir facturando, incluso con su vida. Saber quién llamó a la clínica para apurar a los profesionales con el fin de cambiar su decisión de dejarlo internado ante el riesgo de vida. Que respondan sus hermanos y su padre por qué, ante los signos evidentes de deterioro en el conductor, no movieron un dedo para imponer su lazo sanguíneo e internarlo a la fuerza. Sólo basta ver cómo la decisión de Claudia y sus hijas salvaron a Diego Maradona de un final trágico. O la de la justicia con respecto a Charly García, quien eludió la muerte sólo por centímetros.

Son responsables los médicos, los productores y los periodistas. Pero hay una pata que nadie se atreve a investigar y es la responsabilidad familiar. ¿Por qué no se preocuparon por él? ¿Por qué uno de sus hermanos, sabiendo de los gritos desperados de Juan, prefirió seguir en el exterior? ¿Por qué su padre, con el inmenso amor que debería sentir por su hijo, no se plantó frente a las exigencias de la máquina televisiva e internó a su hijo? Todas las respuestas llevan al mismo destino: el dinero, la fama, el rating y el éxito. Un cóctel explosivo que, sumado al consumo de drogas habilitado por aquellos que decían hacerle bien, lo llevaron a caerse por el balcón.

Muchos de los que hoy siguen acusando al periodismo no son inocentes. Por eso, para terminar de armar el rompecabezas que llevó a Juan a ese momento extremo y fatal, hay que seguir investigando y preguntando. Sólo su familia podría haber parado este final anunciado. Desde el amor y la dureza que correspondía a este caso. Juan no quería seguir. Lo obligaron. Lo sabemos nosotros que apenas hacemos periodismo “amarillo”. Lo saben quienes estaban cerca de él. Y obviamente lo saben sus familiares que continúan intentando ponerle precio a su honor con el ahínco que no parecieron ponerle a la hora de salvar la vida de su hermano.

¿Por qué no lo ayudaron? ¿Alguien se lo va a preguntar? ¿Alguno de ellos algún día lo va a contestar? Todos ayudaron para que Juan se muriera. Pero no importaba. La máquina debía seguir funcionando. Pero fue más fácil poner la lupa en Luis Ventura, Jorge Rial, Paparazzi o Intrusos que en los verdaderos responsables. Ojalá que la justicia no se quede sólo en estos actores secundarios y que sigan rascando hasta llegar a la verdad. Nadie es inocente, ni aquellos que derramaron lágrimas de cocodrilo en su entierro. Algún día, los Castros deberán contarnos por qué dejaron que sangre de su sangre se denigrara a tal punto de costarle la vida. Y más tarde o más temprano eso sucederá. Y Juan, finalmente, podrá descansar en paz.

Muchos dijeron que JR & Co. no iban a hablar por haber perdido, y bueno... no fue así, acá hablaron... y creo que bastante.